Un Faro en la Niebla Cerrada
- Daliana Alba
- 11 ago
- 3 Min. de lectura
Actualizado: hace 6 días
“Un gurú es alguien que disipa tu oscuridad.” — Sadhguru
Desde la calidez vibrante del Caribe hasta la serenidad fría del Norte, mi vida ha sido un viaje de contrastes, desafíos y aprendizajes profundos. En medio de esa travesía, he experimentado heridas, éxitos, traiciones y una búsqueda incansable de amor verdadero. Este poema es mi historia personal, un reflejo de cómo la espiritualidad, las enseñanzas ancestrales y prácticas transformadoras como Shambhavi Mahamudra kriya han sido faros que iluminaron mi camino hacia la sanación y el autodescubrimiento.

Nací donde el Atlántico penetra con furia amante al Caribe,
donde la belleza se viste de colores que nada prohíbe,
donde la música y la risa de la gente
hacen del aire un abrazo ardiente.
Pero mi infancia, entre tanta belleza, fue sombra sin canto,
y crecí buscando un puerto que calmara mi llanto.
Crucé el océano hacia mares de horizonte apagado,
donde el Báltico y el Norte son grises de hielo y nublado.
Allí, en tierras extrañas, amé más que a mí misma,
y la traición abrió una herida honda, abismal, con enigma.
En esa búsqueda herida, Jesús fue mi primera luz,
su amor me sostuvo cuando todo era cruz.
Pero la vida moderna, con sus dilemas y heridas terrenas,
requería también respuestas nuevas y manos serenas.
Me lancé al éxito como quien huye de la tormenta,
segundo máster, teatro, y una ambición que no se lamenta.
A la par, las enseñanzas de Don Juan, con su lógica y su humor,
abrieron en mí puertas hacia un mundo interior.
Pero en las mesas de salario, el pulso era de hierro y guerra,
algunas uniones negociaban como tormenta que aterra.
Y en mi propio equipo —ironía que aún me asombra—,
era Recursos Humanos, pero de humanidad con sombra.
Faltaba liderazgo y sobraba hiel:
competencias afiladas, envidia disfrazada,
ansiedad, posicionamiento, y la sombra del bullying al alba.
Mientras tanto, mi espíritu, sin yo entenderlo, se afinaba,
percibía emociones, energías que en silencio me abrazaban,
ansiedades y miedos, enfermedades y dolores que no eran míos,
y yo, en secreto, rezaba Ave Marías por ríos y ríos,
pidiendo que sanaran… mientras se agotaban los míos.
En un ambiente hostil que mi vulnerabilidad drenaba,
el cansancio crecía, la sombra avanzaba.
Era una muerte lenta, gota a gota,
cada día más lejos de la mujer que fui y que puede.
Hasta que una noche, entre videos y soledad callada,
Sadhguru apareció: faro en la niebla cerrada.
Y en su voz resonaba un eco que yo ya conocía,
la misma verdad que en Don Juan mi alma leía.
En Ingeniería Interior comencé a hallar la senda real,
donde Shambhavi Mahamudra se vuelve práctica vital.
Shambhavi me abrió el camino y la nave,
renovó mi aliento, despertó mi llave.
Después de dos años de largo agotamiento,
recobré la energía para un nuevo intento.
Pude entonces viajar a tierras de altura,
los Himalayas, símbolo de mi cura.
Allí, en picos santos y silencio total,
la práctica abrió en mí un mundo especial.
El cansancio que era sombra, se desvaneció,
y un peso en el pecho, se aligeró.
Mi energía vital se estabilizó,
con calma profunda mi ser despertó.
Y en mis cuarentas, vibrante más que a mis diecisiete,
camino plena, fuerte, sin perder mis raíces y mi cohete.
Pero también estaba el amor que Jesús me dio en mi dolor,
un abrazo que sostuvo mi alma con tierno calor.
Sin embargo, no lograba ese amor entregar,
a quienes a mi lado solía encontrar.
Era mi tristeza profunda y callada,
rezaba y pedía, mas el alma cerrada.
Con Sadhguru entendí que amar es práctica real,
como agua que pule la piedra sin final.
Sus enseñanzas me dieron fuerza y razón,
y a veces, un instante de pura conexión:
El amor incondicional hacia otro ser,
verlo divino y a mí también volver.
Ya no había que buscar más,
pues el amor que anhelé, en mí encontró su paz.
“El amor no es lo que haces, sino lo que eres.”
Ahora soy el puerto que buscaba,
una mujer que aspira convertirse en amor.

El camino hacia la plenitud es un proceso vivo y en constante evolución. A través de las sombras y luces de mi historia, he aprendido que amar no es solo una acción, sino un estado de ser, una práctica diaria que se cultiva con paciencia y compromiso, en total ofrecimiento a todos y todo. Espero que estas palabras inspiren a otros a buscar su propio puerto, a abrazar su viaje con valor y a descubrir la energía transformadora que reside en cada uno de nosotros.
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