Sed de vida
- Martín Martínez
- 9 jul 2023
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 27 feb 2024

Siempre tuve una cierta sed, o interés, por sentir la vida con más profundidad, por tener una experiencia más profunda de la vida; pero el entorno en el que estaba y las influencias que tenía alrededor nunca me llevaron en esa dirección en particular; entonces, yo crecí con un sentimiento de mucha insatisfacción. En la escuela o en las cosas que hacía, poco a poco, me iba desilusionando, por decirlo así.
En mi búsqueda en los libros y en internet, en uno de esos momentos me apareció un video de Sadhguru. Al principio no estaba seguro de si verlo o no. Lo primero que pensé fue: «Otro señor con barba que me va a decir cosas que no entiendo», pero eventualmente, como me aparecía una y otra vez, decidí hacer clic. Una vez que empecé a verlo, su forma de hablar, tan clara y precisa, pero al mismo tiempo sencilla, me llamó mucho. Me atrapó. Sentía que todo lo que él decía era lo que yo estaba buscando. Sadhguru hablaba de generar una transformación individual, de conocerse a uno mismo, de experimentar la vida de una forma más profunda.
Investigué un poco más y vi que tenía una fundación, la Fundación Isha, en donde se ofrecían programas de yoga. Pero no había un centro en México, así que dejé el proyecto en pausa por un tiempo, mientras esa sed por una vida más profunda me seguía molestando.
Cuando entré a la universidad, el sentimiento de insatisfacción llegó a un punto culminante. Entonces, empecé a tener muchos conflictos personales, familiares, en mis relaciones —o «intentos de», como solía llamarlos— y, ¡hasta con mi gato! Esto me empezó a generar problemas de ansiedad que, a su vez, entorpecían aun más mi capacidad de lidiar con las situaciones que se me presentaban. Todo se me hacía difícil. No podía concentrarme en los estudios, no podía hablar bien con mis amigos ni con mi familia y cada vez me sentía más débil, más seco, más huraño, como desconectado del mundo y de mi entorno.
En mi interior se avivaba el deseo de conocer el cambio del que Sadhguru hablaba. No quería vivir así para siempre, entonces pensé que, primero, debía conocer el centro de yoga que estaba en la India, en Coimbatore.
No planeé el viaje muy bien. No estaba seguro de qué haría ahí, pero no me importaba; en mi mente, solo estaba el deseo de llegar. Debía arriesgarme a la desilusión o al asombro y dejar de anhelar. Llegué al ashram en la época más ajetreada del año, durante el festival de Mahashivaratri, que, además, es una de las fechas más importantes en la cultura yóguica. El festival por sí mismo fue una experiencia que me impactó profundamente, aunque solo fue una noche. Por primera vez, había sentido que la vida era como un estallido de exuberancia y no como un charco que casi se ha evaporado por completo. Pero yo no quería solamente una experiencia que recordar por el resto de mis días. Sí, me sentí maravilloso por unas horas, pero, luego, ¿qué haría al volver a casa?
El programa principal que se ofrece en el centro es Ingeniería Interior, pero no estaba agendado en las fechas en las que estaría ahí, así que tomé los programas de hatha yoga.
A pesar de que había practicado un poco de hatha desde hacía aproximadamente un año antes de mi visita al centro, mi estilo de vida autodestructivo, fruto de mi insatisfacción, había debilitado mi cuerpo y mi mente de formas que no imaginé. Las prácticas eran intensas, y los maestros las enseñaban con esmero y minuciosidad. La concentración que lograba sostener era impropia de mí. La disciplina que jamás tuve por nada, brotó de pronto, como invocada por un hechizo. Me levantaba temprano y hacía unas dos o tres horas de prácticas. Sudaba, temblaba, me dolía todo, y hasta llegué a llorar un par de veces. Yo seguía, a pesar de mí mismo, no por generar una despiadada catarsis emocional que podría haber conseguido con cualquier otro ejercicio, sino porque, conforme pasaban los días, notaba cómo había efectos más allá del fortalecimiento del cuerpo. Que sí, me sentía más ágil, me sentía más activo, era más fácil despertar en las mañanas —una de las cosas que más me había afectado la ansiedad—, pero, además, noté que, emocional y psicológicamente, me daban mucha estabilidad y mucha fuerza. Era como sostener mi pasado a cierta distancia de mí mismo. Las heridas emocionales iban cerrando —como cauterizadas por el relámpago de energía que generaban las prácticas—; el perdón crecía, silencioso y sin esfuerzo. Por fin podía respirar, por fin me sentía satisfecho, porque estaba creciendo.
Luego, tuve que regresar a casa, lo cual fue una pequeña aventura en sí misma, que me hizo saber que apenas estaba empezando este proceso y que quedaba mucho por trabajar; pero iba en la dirección correcta y ahora tenía herramientas a mi disposición para seguir ajustando los tornillos sueltos.
Ya en casa, si bien no pude mantener la misma intensidad ni constancia, me esforzaba lo más posible ya que me di cuenta de que, si yo mantenía esa disciplina en la práctica, los beneficios se empezaban a mostrar y a notar. Era justo lo que yo estaba buscando: por un lado, salir de esa crisis existencial y de identidad, y por otro, ir más allá del simple bienestar y empezar a sentir que la vida era un poco más profunda.
En algún punto pensé que, si eso era lo que el hatha podía hacer por mí, quería explorar las otras cosas que estaban ofreciendo por parte de Sadhguru e Isha. El siguiente paso era, naturalmente, Ingeniería Interior. Lo tomé durante la pandemia, aprovechando el descuento que había para la versión en línea. Era «ahora o nunca».
Fue asombroso cómo solamente una clase en línea podía generar tantos cambios a lo largo de una hora y media, más o menos. Había una diferencia clara entre cómo me sentía antes de tomar la sesión y después de haberla tomado.Tenía una sensación de ligereza, de libertad, de espacio, de calma y de claridad. Luego, con el completamiento del programa, donde se recibe la iniciación en Shambhavi Mahamudra Kriya, llegó a mi vida un nuevo grado de libertad, una libertad que me permitía hacer las cosas por el simple placer de hacerlas y no por intentar darle propósito a mi vida o encontrar mi identidad ni mi razón de ser.
Si yo hacía Shambhavi en las mañanas, además de mi tan preciado hatha, yo estaba bien; tenía un sentido de plenitud, de cierta riqueza. Como ya no corría tras una experiencia, podía ser mucho más eficiente en todo lo que hacía, lo disfrutaba más. Además, las relaciones con mis amistades y con mis familiares —y todo— empezaron a mejorar. Se hacía más fácil, más llevadero.
Siento que Ingeniería Interior fue lo que me dio esa apertura y, al mismo tiempo, esa estabilidad para seguir explorando. Pero ya no era una búsqueda desesperada, sino una búsqueda alegre, de las que no sabes adónde te puede llevar, pero cuyo sendero estás más que dispuesto a seguir caminando.
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