Muero por un café
- Carla de México
- 7 ene 2024
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 19 nov 2024
De todos mis vicios, pensé que el único que no tenía remedio era el del café. Mis días no merecían ser llamados «buenos días» si no tomaba mi café.
Antes de dormir, una sonrisa se asomaba en mi rostro al pensar en el café que me tomaría por la mañana, sonrisa que se prolongaba hasta que despertaba pensando en el café que disfrutaría pronto. Si me costaba trabajo levantarme, lo único que lograba sacarme de la cama era el café que me esperaba. Lo preparaba y lo tomaba con gran placer, casi con emoción.

Y es que ese aroma cautivador que marcaba todas mis mañanas era garantía de iniciar el día de buen humor porque ¿a quién no le gusta el aroma del café? Incluso quien no toma café no puede resistirse a su aroma. Nada podía igualarse a mis mañanas acompañadas de un buen café cargado.
No tenía la compulsión de tomar varias tazas de café durante el día y, por lo mismo, no consideraba padecer una adicción severa. Mi dosis, como la llamaba, solo era una prensa francesa de 355 ml por la mañana. Muchos se preguntarán: «¿Eso era todo?». Sí, eso era todo; pero la cantidad que agregaba a mi prensa era más de la que quizá muchos consumen a lo largo del día.

Las cucharadas eran como montañas de café. Ignoro cuántos gramos consumía a diario, pero tal era la cantidad que a veces me era difícil empujar el émbolo hasta el fondo. Al dar el último sorbo, casi mascaba el café, y el sedimento que quedaba al fondo formaba figuras que incluso llegué a fotografiar (en mi taza favorita se leía «muero por un café»).
Sobra decir que era impensable tomar mi café con azúcar o leche. Lo importante era que supiera a café de tueste oscuro, que fuera lo más amargo posible y, sobre todo, que fuera espeso.

Mi dosis era suficiente para mantenerme en un estado normal durante todo el día. Y digo normal porque la cafeína en mi sistema ya no podía acelerarme ni estimularme. Su efecto me mantenía en un perfecto equilibrio… o eso es lo que pensaba.
Era tal mi adicción que era impensable empezar mi día sin haber tomado mi dosis. Incluso llegué a cargar con mi prensa, taza y café molido a lugares remotos a los que me llevaron mis viajes y mi trabajo.
Ahí se reveló el problema.
Si por alguna causa mayor me era imposible tomar mi dosis, tenía garantizado un agudo dolor de cabeza por el resto del día. Aunque no me gustaba esa dependencia, jamás me pasó por la cabeza la idea de dejar de tomar café. Sencillamente lo creía imposible y, además, ¿por qué sacrificar algo que me gustaba tanto?
Y ahora, yoga
Entonces, un buen día, descubrí el yoga. Fui afortunada porque semanas más tarde se declaró la pandemia. Pasé meses de encierro sin ver a nadie. De la misma manera que le pasó a muchos, el encierro me llevó a hacer algunos cambios forzados en mi rutina y mi dieta.
Descubrí los videos de Sadhguru en plena pandemia e hice Ingeniería Interior en línea. Ello me motivó a complementar mis prácticas de yoga con Upa Yoga e Isha Kriya. Y, al cabo de unas semanas, pasó lo impensable.
Empecé a notar que despertaba sin la ansiedad por tomar café que me caracterizaba. ¿Sería por el virus? No, no me había enfermado, sencillamente la ansiedad iba disminuyendo. No dejé de tomar café, pero sí lo empecé a tomar sin ansiedad. Apenas lo podía creer.
Otro cambio notable fue una claridad y mente aguda que nunca antes había experimentado. Al ver esos cambios, me di cuenta del potencial del yoga.
Me propuse experimentar e implementar más cambios poco a poco, incluido el ayuno de ekadashi. Desafortunadamente, fueron inevitables los dolores de cabeza por no tomar mi tan amado café.
Seis meses más tarde, completé el programa de Ingeniería Interior. La práctica regular de Shambhavi me reanimó y motivó a crecer.
Como primer paso, me propuse librarme de la dependencia al café y de los dolores de cabeza que me provocaba, pero sabía que mi adicción requeriría medidas drásticas. Agarré valor, que creo no hubiera sido posible sin la práctica de Shambhavi, y evité a toda costa tomar café por una semana.
Fue una semana horrible. Al pasar los días, los dolores de cabeza se agudizaban y estuve a punto de ceder. Llegué a sudar frío, tuve náuseas, apenas podía estar en pie o tolerar luz brillante, comía con desgana; lidiar con las personas a mi alrededor fue todo un reto… pero seguí firme en mi propósito y no tomé café por una semana.
Poco a poco, me fui sintiendo mejor. Aunque el antojo y la ansiedad por el café se habían controlado ligeramente antes de desintoxicarme, después de esa semana, pude pasar días y semanas sin tomar café —¡y sin el consecuente dolor de cabeza!—. Para mí, ello significó un cambio radical: por fin había logrado que mis días merecieran ser llamados «buenos días» sin café.
Mentiría si dijera que ya no me gusta. Sigo tomándolo, pero es un consumo consciente.
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